martes, 7 de abril de 2009

MI COLUMNA VERTEBRAL # 457

La Santa Sede nada que cede



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Mi historia personal se divide en dos grandes eras: AC y DC.

(AC :"antes del condón". DC: "después del condón")

Por la época en que yo era un escuincle imberbe, los condones eran una suerte de misterio tan indescifrable, como lo fueron a comienzos del siguiente siglo las armas de destrucción masiva en Irak.

Si un adolescente era bien educado, y de súbito se sentía doblemente acosado -tanto por sus cambios hormonales, como por las demandas eróticas de una noviecita pedigüeña- el tipo sólo podía escoger uno, de estos cuatro caminos:

1. Decir no. Con el gravísimo riesgo de poner en duda la calidad de su testosterona.

2. Casarse. Pero ¿quién, a tan tierna edad tiene cabeza para pensar en la enredada logística que es preciso coordinar para llevar a la noviecita a la cama, por la vía de llevarla primero al altar?

3. Suicidarse. (Al estilo de Romeo y Julieta) y morir en olor a santidad.

4. Procurarse un condón.

Como mi tía Filomena critica que los hombres siempre pensamos con nuestros más "bajos instintos", la respuesta (en el 99.9% de los casos) era "procurarse un condón".

La compleja operación para comprar este adminículo de caucho era digna de una película de aventuras, que podría llamarse: "Indiana Jones, en busca del Condón Perdido".

La novia esperaba impaciente, mientras el joven aventurero se escurría hacia la farmacia vecina. Esperaba a que todos los clientes salieran y se aseguraba que fuera un hombre quien lo atendiera.

- A sus órdenes joven -lo saludaba el boticario.

- Perdón -balbuceaba nuestro héroe- necesito un condón.

- Déjeme buscarlo. ¡Etelvina! -le gritaba a su ayudante- encárguese de la farmacia mientras busco un pedido confidencial de este joven.

No bien la farmacia se volvía a repletar de clientes, se escuchaba el vozarrón del boticario.

- ¡Etelvina! Pregúntele al joven de acné y cabello crespo, la talla del condón que necesita. Y si lo quiere básico o lubricado. Liso o cosquillero. Hecho en USA o en el Japón. De color natural o a rayas. En látex o en caucho vulcanizado.

Por fortuna, esa fea experiencia pertenece a la lejana "era AC".

Aunque el condón ya salió del closet, yo soy educado a la antigua, y por lo tanto, alérgico a tocar en esta columna temas que se descuelguen al sur de nuestra cintura.

Pero ¿qué hago? Si el condón aparece ahora en todos los diarios del mundo. Si el mismísimo Sumo Pontífice es quien alimenta la polémica.

El Papa Benedicto XVI, fue quien armó el zaperoco cuando declaró en Camerún: "Los condones no son la respuesta a la lucha contra el Sida en África".

Yo me quedé mudo por la sorpresa, y decidí no opinar.

Porque una cosa es hablar del Sida desde Estados Unidos, donde menos del 1% de su población está contaminada.

Y otro asunto es tocar tan espinoso tema, en el corazón del África Negra, donde 25 millones de personas padecen la enfermedad, es decir, el 63% de todos los infectados del mundo.

Bueno, y naturalmente, otra muy distinta, es pontificar desde el Vaticano sobre condones y Sida, cuando esos adminículos de látex no los conocen ni en foto, y los infectados por el virus son el 0%.

Como el tema está que arde, ya veo mi buzón repleto de preguntas, al estilo de:

¿Será pecado usar condones remanufacturados?

¿Cuántos condones puede uno colocarse de manera simultánea?

¿En caso de emergencia puedo utilizar condones para almacenar agua?

¿Será de mal gusto que para una fiesta de cumpleaños inflemos condones en reemplazo de los globos de colores?

Nota:
No doy respuesta a esas inquietudes, porque mi editor me prohibió participar en polémicas vaticanas.

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