Por: © 2009 Armando Caicedo
Cuando la tía Filomena me advierte que quiere tratar conmigo asuntos muy "confidenciales", yo paro las orejas con desconfianza.
- Mijo, como usted es el sobrino que mayor confianza me inspira, quiero que me aconseje sobre un par de implantes.
Ante semejante confesión tan íntima, no supe si declararme conmovido, sorprendido, abatido, entrometido, reprimido, entumecido, indefinido, fortalecido, confundido o estreñido.
¿O quizás todas las anteriores?
¿O, a lo mejor, todo lo contrario?
Mientras preparaba una respuesta, yo miré de reojo su maltrecho pecho, su anémico derriere, me imaginé sus muslos de zancudo anofeles y no encontré explicación válida para que una dama octogenaria como ella, que ya no se cocina en tres hervores, cristiana hasta los tuétanos y republicana de encime, estuviera pensando en colocarse, impúdica y coqueta, un par de implantes.
- Tía -susurré sin mucha convicción, mientras ganaba tiempo- ¿y eso te lo cubre tu seguro de salud?
¡Aguas! Apenas nombré lo de "seguro de salud" el pálido rostro de la vieja se tornó fucsia de la ira.
- Lo único que me faltaba es que un miembro de mi familia me resultara socialista, impulsando una reforma en la que el gobierno es quien decide la hora en que me desenchufarán los aparatos que me mantienen con vida.
- Tía, no te quería incomodar.
- ¡Claro que me incomodas! Me incomoda que un burócrata del gobierno decida sobre mi salud y mis implantes.
(Pensé para mis adentros: si no detengo la perorata de la vieja resultaré hasta borrado de su testamento)
- Tía, si a ti te incomoda, a mí me irrita…
Que 50 millones de personas no tengan seguro de salud y que 200 millones más hagamos fuerza para no enfermarnos, porque corremos el riesgo de quebrarnos.
Que las compañías privadas de salud se enriquezcan -de manera maliciosa- a costillas de mis problemas de salud.
Que las empresas farmacéuticas y de seguros, los médicos y los hospitales privados se confabulen para mantener un sistema, que sólo enriquece a sus accionistas, pero empobrece a la mayoría de la gente.
Que esas compañías paguen campañas publicitarias plagadas de mentiras con el sólo propósito de desinformar y confundir al público.
Que las empresas privadas de salud gasten en lobby $ 1.4 millones de dólares diarios, ejerciendo presión sobre unos congresistas que han sido electos para defender los intereses públicos y no los intereses privados.
Que millones de personas educadas, decentes, cultas y responsables se coman -sin digerir- la basura de la desinformación.
Que nos engañen con que tenemos la mejor medicina del mundo, cuando en realidad nuestra calidad nos coloca en el puesto 37, entre 191 países.
Que en pleno siglo 21 seamos la única Nación desarrollada de la Tierra que no le ofrece a sus ciudadanos cubrimiento universal de salud, antes bien, son evidentes odiosas discriminaciones raciales.
Que Estados Unidos sea el país que más gasta en salud en el mundo (pero que exhibe las más altas tasas de mortalidad infantil entre las Naciones desarrolladas).
¿Cuánto gastamos "per cápita"?
Estados Unidos $6,657
Canadá: $3,430
Inglaterra $3.064
México: $474
Brasil: $371
China $81
(Fuente: Banco Mundial)
Y, finalmente, lo que me ofende, irrita, molesta y cabrea es que toda persona que ose opinar en favor de una reforma al sistema de salud sea tachado -de manera automática- de socialista, comunista y antipatriota.
Cuando terminé mi discurso, la vieja soltó una lágrima.
- Snif (sollozó)
- Tía, no quería ofenderte.
- Mijo, eres muy rudo con tu anciana tía que, por estar perdiendo los dientes, necesita un par de implantes.
- ¡Ay tía! Perdóname, pero discúlpame.